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María Teresa León (1903-1988)

La persona que durante algún tiempo se vio eclipsada en su condición de escritora por la sombra que sobre ella arrojó el que fuera su gran y único amor, Rafael Alberti, hace ya unos años que ha visto reivindicada su figura y reconocida su obra como una de las más interesantes de su tiempo; ha dejado de ser “cola de cometa” como ella se autodefinió, y ha sido reconocida su condición de femme de lettres y de mujer política comprometida en su actuar y en su adoctrinar mediante la pluma.

Entre 1903 y 1988 discurre una intensa vida que la arranca de la clase burguesa conservadora acomodada a la que pertenecía por nacimiento –padre militar de alta graduación y madre burguesa- embarcándose en la militancia combativa, ideológicamente partidista, siempre en primera fila desde donde arengar a la multitud, y emprender un activismo político-cultural que se volcó en actividades varias como veremos.

Nació en Logroño, pero Burgos fue la ciudad donde se dio a conocer como escritora gracias al Diario de Burgos, en que colaboró desde finales de 1924 hasta 1928.

Desde muy joven participó como colaboradora en revistas nacionales –La Gaceta Literaria (1929-1930), El Heraldo de Madrid (1933), Nueva Cultura (Valencia, 1935), Ayuda (1936-1937, Madrid)- y extranjeras –Burgos (1928-1929: Revista del Ateneo burgalés de Buenos Aires), Caras y Caretas (1929, Buenos Aires), Todo (1935, México),o  Correo Literario (1944, Buenos Aires).

Dirigió y codirigió revistas como Octubre (1933), El Mono Azul (1936), en cuyas páginas se recogen cuentos, editoriales, pequeñas obras de teatro, crónicas henchidas de retórica que bien pudieran tildarse de “incendiarias” , arengas que llaman a la acción política, e informaciones sobre personajes ilustres nacionales y extranjeros.

La rebeldía marcó siempre el norte de su biografía. Las estrictas normas que regulaban la sociedad de su tiempo fueron transgredidas por ella una y otra vez. En Madrid –donde pasa su infancia-, Barcelona –parte de su adolescencia- y Burgos, ciudad a la que volvería desde su juventud repetidas veces, se forma culturalmente, amparada por la rama familiar materna donde la figura de su tía María Goyri, esposa de Ramón Menéndez Pidal y una de las primeras mujeres españolas doctoras, y de su prima Jimena, le abrirían las puertas de amistades, lecturas y pensamientos que escandalizaban a las monjas de su colegio, Los Sagrados Corazones de Madrid, y a su propia madre.

En Burgos, donde contrae matrimonio a los diez y siete años (1920), nacerá el segundo de sus hijos, Enrique (1925); Gonzalo, el hijo mayor, había nacido en Barcelona (1921). Se separa de su marido en 1928, aunque el divorcio no llegó hasta 1931. En 1929 había conocido a Rafael Alberti, con quien contrae matrimonio civil en 1933. Deja en el camino a sus hijos a los que recuperaría bastantes años después.

Madrid le abrió las puertas al mundo de la cultura: allí conoce a los hombres de la Institución Libre de Enseñanza y a las mujeres del Lyceum Club. Es el momento de su encuentro con Alberti y de su deslumbramiento por él. Bien puede decirse que es entonces cuando da comienzo la vida pública de la mujer que definitivamente rompe amarras con su pasado inmediato y se vincula a las dos fuerzas que la arrastrarían de por vida: la política y Alberti; en medio, con fuerza, pero supeditada a ambos, la escritura, como se desprende de sus propias palabras en el libro que dejó como testamento y documento fehaciente de lo que jamás debiera olvidarse. Lo tituló Memoria de la melancolía (1966) y constituye su principal legado y su obra maestra.

Cuando en 1939 llega la amarga derrota emprende el camino del exilio haciendo escalas fugaces en Orán, París (1939) y Argentina, donde se asentará la pareja durante veintitrés largos años (1940-1963); allí nació su hija Aitana (1941) y transcurrió el período más dilatado de su vida de exiliada, que dio también fin a su activismo político directo. Roma sería la última etapa del exilio (1963-1977) antes de su vuelta a España. La enfermedad que terminaría con ella, el alzheimer, la acompañó impidiéndole gozar de lo que siempre fue su ilusión: la vuelta a la tierra por la que tanto luchó.

La escritura se convierte en su arma de lucha, su gran pasión. En el Diario de Burgos, firma como Isabel Inghirami, pseudónimo d’annunziano. Allí apuntan ya los temas que se convertirán en recurrentes, en un ejercicio de activismo político-cultural; la autora irá imprimiendo intensidad ideológica a la vez que perfección literaria a través de una prosa que roza frecuentemente el lirismo: aprovecha las figuras del romancero y la épica –la doncella guerrera-; y las grandes figuras femeninas de la Historia -Doña Jimena, Teresa de Jesús- serán presentadas como ejemplos con los que defender las tesis de un feminismo militante y reivindicativo. La guerra civil proporcionó también nuevos temas a su poesía –Romancero de la guerra de España, nacido al calor del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas-, a sus novelas, convertidas en memoria activa de su propia experiencia so capa de ficción –Contra viento y marea, Juego limpio-, a algunos cuentos que vieron la luz en colecciones –Cuentos para soñar, Cuentos de la España actual– o en revistas y publicaciones periódicas –“Huelga en el puerto”- y lo mismo para el teatro.

El teatro fue otro de sus focos de mayor actividad y para el que Mª Teresa León no solo escribió y adaptó obras, sino que actuó como actriz y como directora; en él  vio el instrumento idóneo y eficaz, el “arma de guerra”, para conectar con el pueblo, al que cedió protagonismo y voz a través de sus personajes. Ya en 1932 había viajado a Moscú y Centro Europa con Rafael Alberti becados para conocer el teatro de Maiakovski, Meyerhold, Bertold Brecht… y dio cumplida cuenta de esta experiencia en los artículos que publicó entre los meses de mayo-junio de 1933 en El Heraldo de Madrid y en artículos varios para El Mono Azul, el Boletín de Orientación Teatral, Nueva Vida y Defensa Nacional. Cuba, México y Centroamérica fueron igualmente escenarios frecuentes de sus visitas culturales.

Escribió guiones para la radio, pronunció conferencias y discursos que encontraron eco en la prensa extranjera –el New York Post y en The New Republique (1935)-. Tradujo a escritores de todos los géneros y nacionalidades comprometidos con una ideología revolucionaria. Publicó biografías de figuras relevantes nacionales y extranjeras, e incluso se atrevió con el guión cinematográfico.

Derivado de sus actividades político-culturales durante el periodo bélico, cuando se ocupó en organizar y dirigir personalmente el traslado de parte de las pinturas del Museo del Prado y los “grecos” de El Escorial e Illescas, desde Madrid a Valencia y Ginebra en condiciones de verdadero riesgo, nació su ensayo La Historia tiene la palabra.

Ocupó cargos de relevancia siempre dentro de la militancia del Partido Comunista: Secretaria del Comité de Agitación y Propaganda Interior de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura; fundadora de “Nueva Escena”; Vicepresidenta del “Consejo Central del Teatro”; Directora del “Teatro de Arte y Propaganda”; Directora de las “Guerrillas del Teatro”.

Antes y después de la guerra civil, viajó repetidamente por Europa, Estados Unidos, China, América del Sur… siempre por cuestiones culturales o políticas.

En 1977 volvería a España. Estuvo recluida durante casi once años en un sanatorio y murió en Majadahonda el día 13 de diciembre de 1988.

María José Porro Herrera

 
 

Información sobre el/la investigador/a

Catedrática de Literatura Española de la Universidad de Córdoba en el Departamento de Literatura Española. Directora Ejecutiva de la “Cátedra Intergeneracional “Prof. Francisco Santisteban” de la Universidad de Córdoba. Leer más>