En Madrid, un frío 12 de febrero de 1905, nació Federica Montseny Mañé, quien años más tarde, en noviembre de 1936, se convertiría en la primera mujer ministra de un gobierno español. Sus padres, Juan Montseny y Teresa Mañé, reconocidos anarquistas catalanes y pioneros de la enseñanza laica, vivían desterrados en Madrid desde 1898 como consecuencia de los hechos terroristas que culminaron en el proceso de Montjuic de 1897 en Barcelona, proceso en el que se vieron involucrados como destacados defensores de la causa libertaria. Federica fue educada en casa por su propia madre, hasta ese mismo año directora y colaboradora incansable de La Revista Blanca, que había fundado en 1898 en Madrid junto a su marido y en la que ambos firmaban bajo los seudónimos de Soledad Gustavo y Federico Urales, respectivamente.
La infancia de Federica transcurrió feliz entre libros y revistas, rodeada de animales, en plena naturaleza, en una época en que Madrid todavía no era la gran metrópoli en que se convertiría apenas unos años después. Sus padres habían adquirido una casa en la Dehesa de Atocha en la que cultivaban verduras y hortalizas con las que abastecían a conocidos locales de Madrid, y ella fue educada de acuerdo con la pedagogía laica y libertaria, impregnándose del amor hacia los animales y la vida sencilla y natural del campo, además de las enseñanzas que el magisterio libertario le transmitía: libertad, solidaridad, fraternidad y responsabilidad. Los enfrentamientos de su padre con Arturo Soria, el promotor de Ciudad Lineal, provocaron que, en 1912, la familia tuviera que trasladarse a Cataluña, un hecho que supuso para Federica la pérdida del paraíso, dado que la familia se vio obligada a abandonar su casa y sus animales, en particular unas yeguas que quedarían para siempre como un dato nostálgico en la memoria de Federica.
Una vez en Cataluña, la familia Montseny se instaló en una masía en las afueras de Sardañola. Allí cultivaban la tierra y criaban conejos y cerdos, mientras Federica crecía alejada de otros niños, compartiendo juegos con gatos y perros, en una soledad que le proporcionaba cierta independencia, siempre en contacto con la naturaleza. Teresa Mañé ganaba el sustento familiar como traductora del inglés y del francés para la Casa Maucci, mientras que Juan Montseny iniciaba negocios de todo tipo, que nunca prosperaban. Mientras tanto, el ideario anarquista y la educación libertaria rodeaban a la adolescente Federica, que destacó desde muy temprana edad por un alto sentido de la responsabilidad así como por una brillante inteligencia que le permitía asimilar las más variadas y complicadas lecturas, siendo sus preferidas las de elevado contenido social. De modo que la defensa de los oprimidos, la educación de la clase obrera y la independencia de las mujeres fueron las divisas que moldearon el carácter abierto, emprendedor y luchador de Federica, defensora a ultranza del ideario libertario que sus padres le habían inculcado desde la niñez. Todos sus biógrafos coinciden en señalar que Federica era una ávida lectora de prensa, de novelas, de libros de filosofía, como no podía ser de otra manera, ya que la lectura y la escritura eran consideradas las herramientas indispensables para la forja de hombres y mujeres responsables según las premisas de la ideología libertaria con la que los Montseny se habían comprometido desde los inicios del anarquismo en Cataluña.
En 1920 publica sus primeras novelas, Peregrina de amor y La tragedia de un pueblo, bajo el seudónimo de Blanca Montsan, para evitar ser reconocida como la hija de los intelectuales anarquistas, de un lado muy apreciados en los sectores intelectuales del anarquismo, pero también muy criticados desde sectores más radicales. Lo cierto es que sus padres la introdujeron, con apenas 16 años, en las reuniones del sindicato anarquista CNT, donde conoció a sus más destacados líderes. Uno de ellos, Ángel Pestaña, director de Solidaridad Obrera, invitó a Federica a colaborar en la revista y así, en 1923, publica su primer artículo periodístico en el órgano oficial propagandístico del sindicato ácrata. Ese mismo año, Juan Montseny y Teresa Mañé, con la ayuda de su hija, deciden publicar con nuevo ímpetu, aunque con el mismo formato que años atrás, La Revista Blanca, esta vez con un tiraje de 12.000 ejemplares. Cabe decir que Federica fue una firme editora y colaboradora en la editorial familiar de La Revista Blanca en la que se publicaron las colecciones La Novela Ideal y La Novela Libre. Ella misma publicaría más de cuarenta novelas entre las que destacan La Victoria (1926), El hijo de Clara (1927), Martirio (1927), María de Magdala (1927), y La indomable (1928). A partir de 1931, Federica se involucra en política e inicia una serie de giras por territorio español para dar conferencias y mítines con el objetivo de propagar sus ideas y de captar seguidores para el movimiento libertario en la península.
En el IV Congreso de la CNT, celebrado en Zaragoza el 1 de mayo de 1936, es reconocida como máximo líder anarquista en la lucha antifascista y en noviembre de ese mismo año, a pocos meses del inicio de la guerra civil española, es nombrada ministra de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno de Largo Caballero. Con los avances del ejército de Franco y la toma de Madrid, Federica se ve obligada a exiliarse de España junto a su familia, de manera que cruza la frontera francesa el 28 de enero de 1939. En el país galo, con el advenimiento de la II Guerra Mundial, Federica fue objetivo de las tropas nazis en numerosas ocasiones, pero consiguió escapar a su asedio y al final de la contienda, en 1944, se instaló en Toulouse con su esposo e hijos. Además de mantener vivo el ideario anarquista, Federica escribió numerosas obras autobiográficas que constituyen un aporte esencial para conocer la historia de la resistencia antifascista desplegada a lo largo de su vida por esta infatigable mujer. Destacan: Cien días de la vida de una mujer (1949), Jaque a Franco (1950), Anselmo Lorenzo: el hombre y la obra (1977), Mis primeros cuarenta años (1987), y El éxodo: Pasión y muerte de los españoles en el exilio (1977). Tras la muerte de Franco, ya en 1977, Federica regresó a España muy debilitada y casi ciega, pero con una mente lúcida y sin merma de su combativa y rotunda voz, aquella que conmovió en los primeros años de la década de los treinta a las multitudes obreras de España. Falleció el 14 de enero de 1994 en una residencia de ancianos en Toulouse, y su muerte constituyó una pérdida irrecuperable para el movimiento anarquista español.
Concepción Bados Ciria
Artículos de Federica Montseny
LA MUJER, PROBLEMA DEL HOMBRE II